sábado, 5 de junio de 2010

vaivén

Todos mis críos amanecieron tristes hoy. Me pregunto porqué.
Cuando yo necesito llorar en compañía, nunca están. Huyen.
Hay una triste melodía de fondo en mi habitación, las paredes se han convertido en instrumentos musicales. Y mis sábanas, en piedras.

Anoche me quedé dormida mientras hablábamos por teléfono.
Él, sin embargo, siguió escuchándome. Escuchando los segundos, el silencio.
Espero no haber soñado en voz alta.
Pero quizás los segundos le contaron secretos inimaginables, secretos efímeros. Tal vez la señal alimente nuestros corazones. El té me salvará de por vida, lo sé.

Tonterías, todo lo que escribo es tonto e infantil.

Mis críos dicen que me veo hermosa cuando estoy triste.
A ellos les encanta buscar refugio en mi pecho.
O en los libros que me prestó mi abuela.

Abro la puerta.
La cierro.
La vuelvo a abrir.
La dejo.

Debería leer más,
y escribir menos.
Debería estar con un hombre,
en vez de mil críos.

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